lunes, 22 de enero de 2018

Octavio Paz y su reflexión sobre la mexicanidad

Caricatura de Román Rivas
El hombre a través de la historia se ha tratado de definir a sí mismo de muchas maneras dependiendo de la época, de la rama de su ciencia, de sus creencias, etc. Esta constante insistencia de definirse es producto de la angustia por entender la realidad, por entenderse a sí mismo, descubrir y desenterrar el desconocido que lo habita.

Desde el filósofo Aristóteles es bien sabido que las definiciones intentan determinar la esencia de una cosa buscando su diferencia específica. Es decir, al definir algo buscamos plasmar lo que lo distingue del género próximo. Ejemplo: El hombre (especie) es un animal (género) racional (diferencia), por lo tanto, el hombre proviene del género animal, pero se distingue de ellos por ser racional.

Como ya mencionamos, el concepto “hombre” está dotado de diversas definiciones pero lo que realmente lo distingue es su raciocinio. Luego, su mayor virtud y también mayor condena es ser un ser que se pregunta, que todo el tiempo se cuestiona; y algunas de las preguntas más frecuentes en cada individuo son: ¿Quién soy yo? ¿Qué soy? ¿Qué no soy? Estas preguntas a su vez desencadenan más y más cuestionamientos que empiezan a hacerse más específicos en cada individuo sediento de entender su identidad.

En su estadía como Segundo Secretario de la Embajada de México en París, Octavio Paz (1914-1988) se sentía solo y encontró cobijo en su nación, en su México, al entenderlo como un país solitario, aislado, lejos de la corriente central de la historia universal. Ante este sentimiento de identificación, el mexicano fue atacado por preguntas encaminadas a una búsqueda de identidad geográfica: ¿Qué es la mexicanidad? ¿Qué es ser mexicano? Paz decide dedicar las tardes de los viernes y los fines de semana a responder estas preguntas en su famoso escrito El laberinto de la soledad. Muchos consideran dicha obra como un tratado psicológico o sociológico, pero la realidad es que para Octavio solo es una tentativa para entender a su país y, al entender un poco de él, tratar de entenderse a sí mismo y a sus semejantes.  
  
Es por ello que a partir de varias obras filosóficas, psicológicas y ensayos trataremos de aproximarnos a esas preguntas que atormentaron a tantos pensadores nacionales: ¿Qué es ser mexicano? ¿Qué es la mexicanidad? En esta ocasión se tratará de abordar desde el mismo Laberinto de la soledad (1950) del mexicano ganador del Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz.

Antes de empezar quisiera hacer hincapié en el concepto que Paz tiene de “historia”, pues es clave para entender su obra. Para el autor el hombre es histórico, pero esto no quiere decir solamente que el hombre es producto de la historia, ni que la historia es producto de la voluntad humana; sino que el hombre es la historia. Así, historia y hombre son un binomio inseparable y ambos son copartícipes de la realidad: la historia está formada por las decisiones del hombre, pero también la cultura y las prácticas humanas están determinadas por su historia.

El sentimiento colectivo de soledad

Para Paz la historia de México es la del hombre que busca su origen, su filiación, esa pertenencia de la que fue desprendido en la Conquista española. Y al igual que Samuel Ramos, Octavio ve en el mexicano un sentimiento profundo de inferioridad que le provoca desconfianza de sus capacidades para crear y pensar. Ve natural este sentimiento en los mexicanos ya que apenas hasta 1950 hubo una pausa, un despertar de los individuos de una inestabilidad social a causa de tantos años de guerras y México por fin tuvo tiempo para reflexionar sobre sí mismo.

Según el autor este sentimiento de inferioridad es una ilusión, un síntoma que yace de un pesar aún más profundo: la soledad. Y este pesar a su vez se origina de un sentimiento de orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados de esos orígenes, cosmovisiones y rituales nuestros con los que se buscaban restablecer los lazos con que nos unimos a la creación. Debido a que después de la Conquista los mexicanos apropiaron un lenguaje, cosmovisiones e ideologías que no eran suyas y que tampoco fueron concebidas por ellos.

La realidad es que es imposible tratar de borrar un acontecimiento histórico o intentar ignorar partes de la historia, el mexicano actual es irremediablemente producto de la mezcolanza de la cultura española y las herencias indígenas. El mexicano tiene algo muy característico que otros países repudian: contempla el horror; ve de frente temas fuertes como la muerte, la miseria, la pobreza, etc. La cultura mexicana está llena de estos temas, desde el Día de muertos, los velorios, las imágenes religiosas en las iglesias de Cristos torturados y ensangrentados. Según Paz, este culto por el masoquismo es producto de ambas culturas, por un lado de las sangrientas prácticas indígenas (los sacrificios) y por otro de la religión católica que venera el sacrificio de Jesucristo en la cruz.


Una palabra clave para entender dicha orfandad del mexicano es “malinchista”. Este adjetivo se le adjudica a aquellos que prefieren lo extranjero en vez de lo nacional y proviene del personaje histórico de La Malinche –quien, como se sabe, no solo fue la indígena que ayudó a Hernán Cortés a comunicarse con los mexicas, sino también su amante–. Cortés y La Malinche, más que ser personajes históricos, son símbolo de un conflicto que el mexicano aún no resuelve; pues el mexicano no se identifica como español ni como indio, pero tampoco se afirma como mestizo, sino que se vuelve hijo de la “nada”, se siente en plena orfandad.
Cortés y la Malinche, José Clemente Orozco (1926)
La soledad individual

A manera individual, los mexicanos son entes que se encierran y se ensimisman, que son celosos de su intimidad y de la ajena, que ponen una muralla entre la realidad y su persona y todo esto se refleja en sus ideales y lenguaje. El resultado son personas parcialmente ajenas al mundo y a sí mismas. Ejemplo claro es el antiguo ideal de hombría, “el macho” era aquel que no se rajaba, aquel ser estoico que se mantenía cerrado, un individuo invulnerable al dolor y capaz de callar a toda costa lo que se le ha confiado. En el otro bando están los que se rajan (del término “raja” o “rajada” que significa abertura), los que se abren, los cobardes, los que contaban los secretos que les fueron confiados, los incapaces de afrontar peligros como se debe.
Indio Fernández, @MafafasMusguitos
Nuestro lenguaje también delata nuestra forma de ser. Octavio lo ejemplifica con aquella expresión altisonante tan común entre mexicanos que la usan para ofender: “Hijos de la chingada”. El poeta hace una minuciosa investigación para definir el verbo chingar y averiguar por qué es ofensivo.

La palabra “chingar” tiene múltiples significaciones; pero en general implica una agresión, pues es un verbo que denota violencia, que implica salir de sí mismo y penetrar por la fuerza al otro. La idea de romper y abrir reaparece en casi todas las expresiones y conjugaciones pero la eterna dialéctica entre lo abierto y lo cerrado recae en estas dos: 
  • El/lo chingado: pasivo, inerte y abierto. Es atribuido usualmente a las mujeres o a aquellos que salieron perdiendo frente a otro. 
  • El que chinga: activo, agresivo y cerrado. Usualmente se atribuye al macho o al que es bien vivo (o muy bueno para algo).
Por lo tanto, el verbo “chingar” indica el triunfo de lo fuerte contra lo abierto; pero, ¿qué es la chingada? Es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza. Por otro lado, el símbolo de lo cerrado y agresivo es el padre, quien solo es capaz de “chingar”. Por ello, cuando se quiere demostrar superioridad ante otro se le dice “Yo soy tu padre”.

Otra actividad que transparenta la forma cerrada del mexicano se encuentra en aquel combate verbal constituido por alusiones obscenas y de doble sentido: el albur. Por medio del albur el contendiente busca vencer a su adversario mediante ingeniosas combinaciones lingüísticas cargadas de alusiones sexualmente agresivas, el perdedor es aquel que se queda sin ingenio para contestar, lo que produce una especie de “violación” lingüística ya que el perdedor ha sido “abierto” por el otro.

Octavio Paz cree que es comprensible y justificable que el mexicano se encierre en sí mismo, por un lado, por la hostilidad que se vive entre los mismos paisanos y también porque nuestra historia está plagada de héroes “machos” –como Miguel Hidalgo, Emiliano Zapata, Cuauhtémoc, Pancho Villa, El Pípila, los Niños héroes, etc–.

El papel de la mujer

Bajo la idea de dicho ideal del “macho” cerrado, en aquellos días la mujer era considerada de naturaleza inferior, ya que por cuestiones naturales al entregarse “se abre”. Al ser considerada como inferior, era vista como un instrumento que tenía que cumplir los deseos del hombre o sencillamente serle útil, lo que la deslindaba de su vida personal, de sus deseos y voluntad propia. El género femenino era considerado un objeto, un símbolo de fertilidad que servía para la continuidad de la raza y para educar a los niños; Octavio remarca que esta denigración a la mujer fue herencia española.

A pesar de ello, había mujeres que se acercaban al ideal masculino de macho: las consideradas “sufridas”, aquellas que eran menos sensibles al dolor, invulnerables y estoicas, aquellas que en la cultura popular eran malas, impías o mujeres independientes que buscaban a los hombres y luego los abandonaban.
María Félix
La festividad mexicana

México es un país lleno de fiestas y celebraciones tanto religiosas como patrióticas. Pocos lugares en el mundo pueden tener fiestas religiosas como las tiene México; ya que no solo nuestro calendario está poblado de ellas, sino que cada pueblo festeja al santo de su devoción particular. También existe el 15 de septiembre –el Grito de independencia– cuando se celebra una de las fiestas patrias más queridas que según Octavio es quizá el día en que el mexicano grita todo lo que puede y quiere para mantenerse callado lo que resta del año.

Es muy criticable que anualmente se tengan tantos asuetos, celebraciones y fiestas; ya que es bien sabido que se gasta mucho en tan magnos eventos, tanto así que el autor menciona que nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares. Sin irnos tan lejos, es bien sabido que en algunos pueblos o colonias populares se gasta más el presupuesto en cohetes, comida, bebida y adornos para la festividad que en cosas que requieren más urgencia como la pavimentación, las reparaciones, las escuelas, etc.    


Entonces si son tan perjudiciales a la economía y la estabilidad, ¿porqué se siguen celebrando?  El poeta sostiene que el solitario mexicano busca cualquier pretexto para reunirse e interrumpir la marcha del tiempo y celebrar. Ama las fiestas y reuniones públicas porque en estas celebraciones desea embriagarse de ruido, gente y colores; en pocas palabras, en ellas el mexicano descarga su alma. Pareciera que solo a través de la fiesta los mexicanos logran saltar ese muro de la soledad que ellos mismos se auto-imponen y que los tiene atados todo el tiempo, “abrirse” con su compatriota, salir de sí mismos y dejar atrás sus frustraciones y  tristezas.

El mexicano frente a la muerte

Para el prehispánico la muerte no era el fin natural de la vida, sino una fase de un ciclo cósmico infinito, ya que con su muerte alimentaba la voracidad de los dioses que siempre estaba insatisfecha. Por ello, el sacrificio era una práctica divina; con la muerte se pagaba la deuda por la especie a los dioses y se alimentaba la vida cósmica y social. Por ejemplo, para los aztecas la muerte era la manera más profunda de participar en la regeneración de las fuerzas creadoras que siempre están a punto de extinguirse si no se les proveía de sangre. Había un sentimiento de que la muerte no les pertenecía a nuestros antepasados y por eso mismo sentían que su propia vida no era realmente suya. Este sentimiento era obvio al ver que la vida, la clase social y la muerte de cada hombre se determinaban a partir de “espacios-tiempos” marcados por el calendario sacerdotal.

Con el catolicismo, la idea de sacrificio y de salvación cambió, hubo un giro de lo colectivo a lo individual. Es decir, mientras que anteriormente se sacrificaban individuos por la salud del universo y la colectividad, se pasó a cuidar solo de la individualidad para la redención –ya que, con el sacrificio de Cristo, es posible que cada individuo se salve, pues en cada uno hay esperanzas y posibilidades de multiplicar la especie–. La libertad con el sacrificio de Jesucristo se humaniza y comienza a importar más el individuo que la colectividad.

Como se ha intentado explicar, en ambas culturas había una significación distinta de la muerte: para los prehispánicos, un medio para la subsistencia; para el catolicismo, solamente un tránsito entre la vida temporal y la ultraterrena. En cambio hoy en día, la muerte es concebida solo como el fin de un proceso natural, por lo que para la mayoría de culturas todo funciona como si la muerte no existiera. Mientras que otros países evitan siquiera mencionarla, el mexicano la festeja, se burla de ella, la ve de frente; lo trágico según Paz es que más que significarla la ve como su juguete favorito. En la época de Octavio Paz –y pareciera que en la actual– nadie piensa en la muerte personal y, por tanto, nadie vive una vida personal. Hay una colectivización de la vida que trae como resultado que se pierda el significado de la vida misma y de la muerte. Vida y muerte son inseparables, de modo que cuando se pierde la significación de una la otra se vuelve intrascendente. Para el poeta esto es trágico, porque si no tienen ningún valor la vida y muerte propias menos la tendrán las del “otro”.
El jarabe de ultratumba, José Guadalupe Posada (desp. 1988) 

La propuesta de Paz

La historia y la cultura pueden esclarecer y ayudarnos a comprender rasgos de nuestro carácter colectivo, por ello es tan importante que nos adentremos en ellas y busquemos entender un poco más no solo de nuestra patria, sino de nosotros mismos. Las circunstancias históricas explican nuestro carácter en la medida en que nuestro carácter también las explica a ellas. Como vimos, todo mexicano –independientemente de su clase social– se “cierra”, está inmerso en el mismo sistema de valores, lucha contra las mismas entidades imaginarias y fantasmas del pasado engendrados por nosotros mismos en las épocas de la Conquista, la Colonia, la Independencia, etc.

Toda la historia de México puede verse entonces como una búsqueda de nosotros mismos, deformados o enmascarados por instituciones extrañas. Para Octavio Paz una de las soluciones para esta orfandad reside en la búsqueda de una filosofía mexicana que aspire a tener validez universal, que no solo busque remediar nuestras necesidades sino que se preocupe por problemas que afligen a todos los hombres, que sea filosofía a secas. Así, la filosofía se vuelve una tarea salvadora y urgente que no tendrá por qué examinar nuestro pasado intelectual, sino ofrecer una solución concreta, algo que dé sentido al hombre.

Para el poeta, la historia mexicana es solo un fragmento de la historia universal ya que en su obra nos menciona que toda forma de gobierno y los movimientos históricos de México están influidos por pensamientos extranjeros, a excepción de la Revolución Mexicana. Según Paz, la Revolución fue un movimiento armado que careció de ideas –tanto internas como externas–, pero que era necesario para los afligidos. De hecho, lo considera como el único momento histórico en el que hemos actuado de manera independiente, sin tomar ideas de otros países. Entonces, Paz da a entender que los mexicanos no hemos creado ideas que nos puedan ayudar y mucho menos ayudar a otras naciones. Por eso la filosofía no debe seguir siendo una reflexión sobre las actitudes que México ha tomado respecto a ideologías o sistemas filosóficos propuestos por la historia universal, sino que debe proponer ideas para el mundo.

La mexicanidad para el poeta ha sido entonces hasta ahora una manera de no ser nosotros mismos, una manera reiterada de ser y vivir otra cosa, algo que hemos tomado prestado; ya que los mexicanos no hemos inventado una forma que nos exprese, por lo que no hemos podido identificarnos con ninguna forma o tendencia histórica concreta.

La propuesta de Paz es que nos abramos al resto del mundo y veamos que no somos las víctimas, sino que todo pensamiento puede ser mejorado para ser empleado en cualquier lugar; que la historia universal es ya una tarea común y que podemos ser huérfanos de pasado, pero tenemos un futuro por inventar. Nuestro laberinto es el de todos los hombres.

lunes, 15 de enero de 2018

Guillermo del Toro: la redención de los monstruos

Foto de @MafafasMusguitos
Si existe la remota posibilidad de que un monstruo protagonice el clásico final “vivieron felices para siempre”, un cineasta mexicano sería el más emocionado. En este escrito los invitamos a descubrir qué hay en la mente de uno de los directores mexicanos más creativos y reconocidos internacionalmente en la actualidad: Guillermo del Toro.


Sus orígenes
Nacido en Guadalajara (Jalisco) el 9 de octubre de 1964, Guillermo del Toro Gómez fue desde niño amante de los monstruos. Dotado de una imaginación maravillosa que le permitía viajar por mundos fantásticos él mismo cuenta que de pequeño veía cómo un fauno se escondía en el armario de su abuela y cómo su tío se le aparecía como un fantasma. Este rasgo que desde niño lo caracterizó va a ser indudablemente la esencia de su obra.

Guillermo colaboró inicialmente como diseñador de maquillaje y efectos especiales. Fue en 1980 que decidió independizarse y fundar su propia compañía productora: Necropia. A los 21 años (1985) produjo Doña Herlinda y sus hijos. Pero su carrera como director comenzó en 1988 en La hora marcada, una serie de terror para la televisión mexicana en la que iniciaron también las carreras de sus compatriotas Alfonso Cuarón y Emmanuel “El chivo” Lubezki.


Después de la época de oro del cine nacional (1936-1957), la producción cinematográfica de México sufrió un declive. Eran pocas las películas que valían la pena y los filmes se llenaron de bajos presupuestos, ficheras, temas de drogas y albures. No fue sino hasta 1992 con Como agua para chocolate –de Alfonso Arau– que el cine mexicano adquirió un nuevo ímpetu. Esta nueva época marca el inicio de la carrera cinematográfica de “los tres amigos”, los tres directores mexicanos más reconocidos actualmente: Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón y, por supuesto, Guillermo del Toro.


En 1993, Guillermo se endeudó para debutar como director de largometrajes con su ópera prima: Cronos. Una película de terror y ciencia ficción que retoma símbolos característicos de dichos géneros y que, además, le valió 8 premios Ariel incluyendo Mejor película y Mejor Dirección.
Ron Perlman y Guillermo del Toro (1993)
Aunque del Toro quería hacer cine en México, la situación nacional le hizo una mala jugada. En 1997 su papá fue secuestrado en Guadalajara. Tras el pago del rescate fue liberado, mas dicho “exilio involuntario en su propio país” –como el mismo Guillermo lo definió– llevaría a la familia a tomar la decisión de mudarse a Estados Unidos. Ese mismo año, el mexicano estrenó su segunda cinta como director: Mimic.


Su cine: entre la fantasía y la realidad
Boceto de Guillermo del Toro
Del Toro se caracteriza por su meticulosidad a la hora de dirigir. Además de participar protagonicamente en la creación de todos los guiones de sus películas, todos los días carga consigo una libreta donde hace anotaciones y detallados bocetos que luego utiliza para sus filmes; define paletas de colores específicas para la producción del maquillaje, el vestuario y los efectos especiales; prefiere familiarizarse con el set antes de rodar y enfocarse en la pre-producción para agilizar y asegurar buenos resultados en las siguientes etapas; utilizar ciertos lentes que le permiten conseguir los efectos que busca; y trabajar con actores recurrentes –entre los que destacan Doug Jones y Ron Perlman–. Tanto así que Cuarón definió el estilo de las películas de su amigo como “una coreografía entre la cámara y el actor”. Ser tan detallista y perfeccionista ha permitido que el cine de Guillermo del Toro posea un rasgo estético distintivo. Además, no desaprovecha jamás la oportunidad de hacer tributos y guiños constantes en sus películas a personajes, filmes y situaciones que lo inspiraron y lo llevaron a elegir la fantasía y el terror como sus géneros cinematográficos.

Aunque Blade II, Hellboy y El espinazo del diablo fueron bastante bien recibidas, su consagración como director vino en el 2006 con la segunda entrega de una colaboración hispano-mexicana: El laberinto del fauno. Esta cinta, que fue nominada al Óscar como Mejor Película Extranjera, postuló a la perfección el estilo del mexicano y su magnífica capacidad creativa.

También es muy interesante ver cómo la mayoría del cine mexicano contemporáneo tiene dos vertientes claras: crítica sociopolítica y comedia romántica. Lo increíble y admirable de Guillermo del Toro es su rompimiento con dicha convención, sus propuestas son originales y arriesgadas: él hace cine fantástico y de terror, él crea monstruos. Si bien su cine incorpora elementos históricos y bélicos –como la Guerra Civil y el régimen franquista o la Guerra Fría– que lo sitúan en una realidad socio-política el afán del mexicano es crear monstruos y mundos fantásticos. Sitúa sus historias en situaciones particulares para lograr que el espectador se identifique, pero a partir de ellas deja volar la imaginación y se aferra a su pasión para transportarnos a mundos donde los faunos hacen de guías, las hadas son devoradoras asesinas, las historias de vampiros son reales y los monstruos se enamoran.


Creature from the Black Lagoon (1954)
Fanático de las películas de Alfred Hitchcock y de la literatura del mismísimo Juan Rulfo –como él mismo señaló– e influenciado también por el cine japonés –por Ultraman y Godzilla, por ejemplo–, Guillermo del Toro dice haber engendrado su pasión por los monstruos al ver de niño la película Creature from the Black Lagoon (1954). La historia lo emocionó a tal grado que le hizo imaginar un final distinto… Dicho amor crecería al por mayor al adentrarse en el cine de horror de los años 30 y con él acercarse a filmes como Drácula y Frankenstein (1930), El hombre invisible (1933) y El cuervo (1935) entre muchos otros que influyen en su producción cinematográfica.


El cine del director mexicano ataca directamente las emociones, apela a los sentidos con sus colores y fondos musicales y uno puede fácilmente conmoverse al ver sus filmes. ¿Cómo lo logra si es pura fantasía? ¿Cómo puede hacer que nos identifiquemos tanto con situaciones donde hay monstruos tan terroríficos?


Desde El espinazo del diablo, hasta La forma del agua pasando por Hellboy, Titanes del Pacífico, La cumbre escarlata y El laberinto del fauno, los nueve filmes de este director son un vivo ejemplo de que la fantasía no está peleada con la verdad. De hecho, el mexicano ha sido cuestionado en múltiples ocasiones sobre cómo una persona tan simpática y amable como él puede crear para sus películas mundos terroríficos llenos de sombras y personajes misteriosos. Luego de recibir el Globo de Oro el pasado 7 de enero, rió al escuchar la pregunta y dijo que la clave para mantener el equilibrio de ambas facetas era ser mexicano. Debido a que los mexicanos concebimos la muerte y la tenemos siempre presente –basta con ver las celebraciones del Día de Muertos desde el mundo prehispánico– , dice el director que podemos equilibrar los contrarios de una manera única. Esta es la clave de toda su obra, lo que mezcla de manera perfecta la realidad y la ficción, lo que hace que la fantasía sea tan verdadera.


El compromiso y, sobre todo, el amor de Guillermo por aquello que lo movió en un primer momento, sus monstruos, es digno de admirar. A pesar de la circunstancias actuales del cine, Guillermo ha permanecido fiel a sus convicciones y pasiones. Además, su imparable creatividad e imaginación lo han llevado a crear monstruos tan únicos que hacen inconfundible su trabajo y abren un mundo de posibilidades para que el mismo ser humano se despliegue en todas sus facetas.
Guillermo del Toro tras ganar el Globo de Oro a Mejor Director  (7 de enero 2018)
“Desde niño les he sido fiel a los monstruos. Ellos me han salvado y absolvido porque creo que los monstruos son los santos patrones de nuestra bendita imperfección y ellos permiten y encarnan la posibilidad del fracaso y de la vida. Por 25 años he fabricado a mano pequeños cuentos muy extraños con movimiento, color, vida y sombra...”


Entonces, ¿por qué el monstruo no podría quedarse con la chica? Con su cine y su incomparable extraña pasión por los monstruos, Guillermo del Toro redime el papel que juegan estos personajes en el mundo. ¿Por qué no podría pensarse que a través de la fantasía el mexicano hace el más vivo retrato de nuestra naturaleza? ¿Por qué los icónicos monstruos creados por el director no podrían encarnar a la perfección nuestras inquietudes, sentimientos, miedos y anhelos más profundos? ¿Por qué esos mismos monstruos no podrían redimir la naturaleza humana y abrirnos el camino a un mundo sí fantástico, pero verdadero?
Guillermo del Toro muestra que la pasión por lo que uno hace –el amor mismo– es clave para la vida y que quizá todos esos monstruos son esenciales e inseparables de nuestra condición humana porque nos ofrecen una visión más clara de nuestra propia verdad.  
Creature from the Black Lagoon (1954)

Datos curiosos
*Este 2018 se presentará en la CDMX la exhibición “At Home With Monsters” que presenta una colección de monstruos de las películas de Guillermo del Toro. Aún no hay fecha para la exposición, pero en Mafafas Musguitos (https://www.facebook.com/MafafasMusguitos/) los mantendremos al pendiente.

*En 2013 dirigió un fabuloso intro para el especial de Halloween de Los Simpson con múltiples referencias a personajes del terror, la fantasía y la ciencia ficción que abarcan desde sus propias historias (El laberinto del fauno, Cronos, Mimic, Hellboy, etc.) hasta el Fantasma de la ópera, Drácula, Edgar Allan Poe, Nosferatu y Alien.

*Guillermo del Toro iba a ser el director de las películas de El Hobbit. Sin embargo, en 2008 dejó el proyecto por el retraso de producción, pero es acreditado como co-escritor de la trilogía.

*Además de escribir los guiones para sus películas, Guillermo ha escrito novelas. Entre 2009 y 2011 publicó una trilogía co-escrita con Chuck Hogan titulada Trilogía de la Oscuridad (Nocturna, Oscura y Eterna). La trilogía aborda el tema de los vampiros y un virus que propaga dicha condición.

*En 2013 tenía planeado lanzar un videojuego de supervivencia llamado INSANE, pero en agosto del año anterior se canceló el proyecto por la compañía THQ. En el 2014 se lanzó un teaser en cuyos créditos aparecía del Toro, pero una vez más el proyecto se canceló. En la actualidad parece estar desarrollando Death Stranding con Hideo Kojima.

*El laberinto del fauno fue la película en español más taquillera hasta 2013 que fue superada por No se aceptan devoluciones.

*En el recientemente inaugurado Museo Art Toy en el centro de la CDMX hay figuras de algunos de los personajes más icónicos de Guillermo del Toro.

*En el 2006, los tres amigos fueron nominados al Óscar en diversas categorías: del Toro por El laberinto del fauno, Iñárritu por Babel y Cuarón por Children of men. Aunque El laberinto del fauno se llevó el premio a mejor dirección artística, mejor maquillaje y mejor fotografía –es decir, 3 de los 6 premios a los que fue nominada–, ninguno de estos premios le fue otorgado directamente a del Toro, sino a sus colaboradores. Hasta ahora su más reciente cinta, The Shape of water, fue la primera en otorgarle el León de Oro a la película de un mexicano en el Festival de cine de Venecia, estuvo nominada a 7 Globos de Oro y ganó 2, está nominada a 12 Premios BAFTA –incluyendo nuevamente Mejor película y Mejor dirección–. El 23 de enero anunciarán a los nominados a los Óscares y seguramente del Toro seguirá dando de qué hablar. ¿Será que el 2018 será el año de Guillermo del Toro?

Cuarón, Iñárritu y del Toro (2006)
Top imperdibles de Guillermo del Toro
7) Hellboy (2004): Basada en el cómic homónimo, Hellboy es creado para hacer el mal durante la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, él decide lo contrario y se une a fuerzas que buscan la justicia.

6) Cronos (1993): Un aparato de tiempo capaz de brindar vida eterna, un anticuario y su nieta y un empresario y su sobrino bastan para llevar a la pantalla grande el primer filme del director. Una cinta de terror y fantasía que retoma elementos vampíricos y echa de ver el estilo de su director en sus orígenes. Además, se encuentra dentro de la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano que publicó la revista Somos –basándose en la opinión de críticos del cine– en 1994.

5) La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015): Entre el suspenso y la fantasía, el filme aborda la historia de Edith, una escritora que decide entregarse al amor de Sir Thomas Sharpe y debe lidiar con las consecuencias.

4) El espinazo del diablo (2001): En un orfanato dirigido por republicanos durante el franquismo, mientras que afuera la gente es asesinada por Franco, Carlos descubre que existe un fantasma y una historia que está condenada a repetirse una y otra vez.

3) Hellboy 2: el ejército dorado (Hellboy 2: The Golden Army, 2008): Mejor que su precuela Hellboy (2004) por lograr reflejar mejor el estilo del director, el filme trata sobre Hellboy –el hijo del diablo–, su historia como superhéroe y su lucha contra el príncipe Nuada para evitar que tome el control del poderoso e indestructible ejército dorado.

2) El laberinto del fauno (2006): Un drama de fantasía ambientado en la Guerra Civil española que narra la historia de Ofelia, una niña huérfana de padre que es adoptada por un militar fascista, al introducirse a un mundo fantástico donde un fauno le impone tres tareas para salvar a su madre y hermano.

1) La forma del agua (The Shape of Water, 2017): ALERTA DE SPOILER Inspirada principalmente en Creature from the Black Lagoon (1954) y el cuestionamiento que tanto movió al director, la más reciente entrega del mexicano es un despliegue del amor en todos sus sentidos: una historia romántica y vínculos de amistad y confianza entre marginados.