martes, 31 de octubre de 2017

El Día de muertos: la tradición que permite palpar los recuerdos

Three of them, The Death, Carlos Jose Urquijo (@fotosmentales)
Como vimos en el post anterior, el Día de muertos data del México Antiguo donde ya se veneraban las almas de los difuntos, si bien la festividad actual se originó por el sincretismo de los ritos prehispánicos con las fechas traídas por la Iglesia católica, el Día de muertos es un signo característico de lo mexicano y posee un sello único. ¿Por qué? Intentaremos descubrir en qué consiste actualmente y, sobre todo, lo que representa esta gran celebración mexicana.
Hay que decir que festejar el Día de muertos no es algo que hagan todas las familias, debido a diferentes creencias y a que hay muchas que se apegan o bien a la tradición católica, o a la costumbre del Halloween. A pesar de esto, el Día de muertos es ante el mundo un ícono representativo de lo que es México y como mexicanos -celebremos o no- hay que sentirnos orgullosos y conocer mejor una tradición tan antigua, tan colorida y tan única.
Foto de KareNehuatl, @karenehuatl

Para no confundirnos, el Halloween tiene origen celta, pues el 31 de noviembre se celebraba el Samhain, que era el fin de la cosecha (el año nuevo celta) en el que se abría un espacio hacia otro mundo, mas cuando Europa se convirtió al cristianismo, esta tradición cambió y se instauraron las celebraciones del Día de todos los Santos y el Día de los fieles difuntos (1 y 2 de noviembre respectivamente). De hecho, la tradición celta del 31 de octubre comenzó a recibir el nombre de "All Hallow's Eve” (la vigilia de Todos los Santos, por tratarse del día anterior a la celebración cristiana) pero con los años dicho nombre se convirtió en el famosísimo Halloween. Actualmente la gente mezcla todas las celebraciones entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, no parece haber gran distinción, pero el Día de muertos no debe ser confundido ni diluido con ninguna otra fecha porque representa, en gran medida, el espíritu mexicano.


El Día de muertos
Oficialmente el 1 y 2 de noviembre se celebra el Día de muertos, pero la celebración comienza antes y, como para toda gran fiesta, existe una anticipación y preparación de semanas. Las panaderías comienzan a oler a delicioso pan de muerto, los puestos de flores adquieren un tono anaranjado característico de la fecha, los vendedores ambulantes pasan por las calles con calaveras de todos los tamaños, la gente prepara en sus hogares los altares de sus muertos...
Sara Álvarez, @saralvarez10 
Actualmente en San Isidro Buensuceso (Tlaxcala) y en La Huasteca (Veracruz, Tamaulipas, San Luis Potosí e Hidalgo) la celebración comienza desde el 28 de octubre, atendiendo un poco al origen mexica de las festividades que conmemoraban los diferentes tipos de muerte. La fiesta en Janitzio (Michoacán) es quizá la más icónica, pues, tradicionalmente, niños y mujeres se congregan en el cementerio y con toda solemnidad colocan sobre las tumbas de sus difuntos sus ofrendas, adornan con flores, velas y los manjares que sus muertos preferían; mientras que los hombres rodean el cementerio y participan desde fuera del ritual que consta de oraciones, cantos y tintineos de campanas que duran toda la noche para que las almas de todos los difuntos puedan participar de la celebración con la que se amanece el 2 de noviembre.
Foto de Israel Farcierth, @ifarcierth

En 2003 la tradición mexicana de origen prehispánico del Día de muertos fue proclamada por la UNESCO Patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Aunque en muchos lugares de Latinoamérica hay celebraciones similares al Día de Muertos mexicano, no parecen tener el origen prehispánico, sino deberse más a la colonización y al sincretismo de culturas. Por ejemplo, en La Paz Bolivia se celebra cada 8 de noviembre, la festividad de "las Ñatitas" (narices chatas) como agradecimiento a los muertos, en la que se veneran cráneos humanos decorados. La gente venera restos exhumados y pasados de generación en generación porque creen que los protegen y acompañan. Y así hay también celebraciones similares en Guatemala, Colombia, Honduras, Costa Rica y Bolivia.

El Día de muertos en México es el día -o los días- en el que las almas de quienes ya han partido, al ser recordadas, regresan para ser recibidas con inmensa alegría. Las ofrendas, la comida y la música coronan la tradición más icónica de México. Ese día, el mundo de los vivos se encarga de honrar, recordar y celebrar la vida de sus difuntos. Un vínculo entre dos dimensiones a través de la eterna dualidad vida y muerte. El mexicano no ve la muerte como algo malo, sino como algo natural que inicia el camino al descanso del alma, pero que no por ello lo separa de sus seres queridos. Pasa algo curioso, pues estos días los mexicanos llevan a su máximo esplendor la burla a la muerte, ¿qué importa la muerte si aún así puedo recordar a mis difuntos para que regresen este día y estén conmigo otra vez?

La ofrenda
Obviamente, la celebración no sería nada sin sus ofrendas. Los mexicanos preparan altares que homenajean y recuerdan a sus difuntos para que estos puedan encontrar el camino a su celebración y estar con ellos ese día. El recuerdo aviva la llama del Día de muertos. Por esta razón, cada altar es único y debe prepararse específicamente para los queridos difuntos. Sin embargo, hay varios elementos que tradicionalmente deben aparecen en la ofrenda y contribuyen a la carga simbológica que plantea toda la celebración.

Típicamente la ofrenda tiene niveles, según lo que se busca representar: dos para el cielo y la tierra, tres para añadir el Inframundo y siete asemejando los niveles que el alma recorre al morir. También en la ofrenda deben representarse los cuatro elementos: la tierra con las flores y frutas; el viento representado con el movimiento de papel picado; el fuego, la esperanza y la luz que alumbra el camino, con las velas; y el agua, la fuente de la vida, con vasijas, pulque, alcohol, etc. Las almas de los difuntos, después de su camino hasta sus ofrendas, llegan con apetito y sed por lo que en éstas debe haber algo que los pueda saciar. El inconfundible anaranjado de las flores de cempasúchil no falta en ninguna ofrenda, pues su característico olor impregna el ambiente del Día de muertos y sirve como guía para los difuntos hacia sus ofrendas. De hecho, se acostumbra trazar un camino con pétalos de la flor para orientarlos.

Otros elementos tradicionales de los altares son el copal y el incienso -que limpian el ambiente de malos espíritus para que las almas de los difuntos no corran peligro-, la sal -que purifica-, el petate -como mantel y símbolo de descanso-, la comida -cuyo aroma impregna el aire y sirve de invitación a los difuntos, por lo que además suele prepararse el platillo favorito del difunto para ponerlo en el altar- y el pan -como símbolo de fraternidad-. El pan de muerto es de las delicias típicas que en época de muertos degusta el paladar mexicano y no falta en las ofrendas. Su origen data de la Conquista -cuando las harinas llegaron a Mesoamérica- y representan al muerto: sus huesos y su cráneo. Es parte del manjar de esta festividad por su delicioso sabor y su gran significado.
Ofrenda a Isidro Fabela, Museo Casa del Risco (CDMX)
El retrato del difunto suele coronar el altar, porque es a esa persona a quien se le hace la ofrenda. Es ella a la que se recuerda. Por ello el objetivo de la ofrenda no es llenarla de objetos típicos, sino dotarla de aquello que recuerde y conmemore específicamente a los queridos difuntos, por lo que aunque hay elementos constitutivos de las ofrendas, en realidad se le puede agregar lo que sea: desde juguetes y dulces, hasta ropa y libros o figuras de Santos y elementos religiosos. El fin de poner la ofrenda es traer a la memoria a la persona, recordarla y no olvidarla.

La calaverita
Cuando uno dice “calavera” en estas fechas, uno puede imaginarse muchas cosas. Esto exhibe la diversidad cultural que trae consigo la festividad del Día de muertos y la importancia de la concepción de la muerte y la vida del mexicano.
Foto de @neomexicanismos
Por un lado, las calaveritas son versos tradicionales del Día de muertos de México. Antiguamente llamadas panteones, son rimas que nacieron como crítica social a modo de epitafios (normalmente son escritos dedicados a alguien como si ya estuviera muerto o como si la Flaca -como también se le conoce a la Muerte- se lo fuera a llevar ese día). Las calaveritas literarias retratan a la perfección el tono que el mexicano tiene para con la muerte: una mezcla de burla, respeto y alegría.

Por otra parte, el dibujo de la calaverita es otro ícono de la época. El grabado original de José Guadalupe Posada no fue hecho para el Día de muertos sino también como crítica social para publicaciones del siglo XX, pero se asocia con la fecha debido por supuesto a su alusión a la muerte. La Catrina, probablemente la más famosa de sus calaveritas grabadas -que se dice que Diego Rivera la bautizó con el nombre con el que es mundialmente conocida-, nació como una crítica al indígena, a la garbancera- como fue originalmente llamada-, que con la Conquista adoptó las tradiciones europeas y pretendió deslindarse de sus raíces. Sin embargo, la estola que normalmente la adorna alude a Quetzalcóatl (la serpiente emplumada), al origen que siempre permanece, y es retratada como calaca porque ricos o pobres, la muerte termina por llevarnos a todos. La muerte no hace distinciones. De cualquier modo, el grabado de Posada se convirtió en un personaje imperdible del Día de muertos que también se identifica en todo el mundo como un ícono de la tradición mexicana.
Calavera Catrina, José Guadalupe Posada (1910)
Por supuesto las calaveritas también son los cráneos de barro, chocolate, azúcar o amaranto que adornan las ofrendas y representan a los difuntos. Pero hay una cuarta forma de calaverita. En estos días se acostumbra escuchar a la gente, y a los niños, “pedir calaverita”. El origen de esta costumbre es un tanto debatible, pero se supone que data de la antigüedad cuando un niño huérfano pintó su cara para pedir cooperación de alimento. La película de Macario (1960), ambientada en la víspera del Día de muertos, ilustra la calaverita como un regalo a los trabajadores. Actualmente en época de muertos, en las calles aún se entonan muchos “¿me da pa’ mi calaverita?”. aunque en algunos pueblos (como Xochimilco y Mixquic) la pedida de calavera se acompaña de cantos más elaborados como el siguiente:
Macario de R. Gavaldón
“Ya llegó la Chilindrina a pedir su mandarina, ya llegó Jorge Negrete a pedir su gollete, ya llegaron los abuelitos a pedir tamalitos. Con los huesos de mi abuela voy a hacer una escalera y gritar ¡MI CALAVERA!”.

De cualquier modo, pedir y dar calaverita parece estar en el mismo tono de ofrendar y agradecer, que caracteriza a todo lo relacionado con el Día de muertos.

El día de muertos en la literatura, el cine y la música
Además de los versos de las famosas calaveritas, la literatura también ha tocado el tema de la muerte y su relación con el mexicano. Por ejemplo, Bajo el volcán (1947) de Malcolm Lowry y Macario (1950) de Bruno Traven -que inspira la película mexicana del mismo nombre- son novelas extranjeras que hacen alusión al Día de muertos. Y, por supuesto, del lado nacional, Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo es una de esas obras clave para visualizar cómo el mexicano se relaciona con la muerte.
En el cine, aunque existen algunos cortometrajes, como Hasta los huesos (2001) y Día de los muertos (2013), que han abordado lo que es la festividad de los muertos y a pesar de que hay múltiples películas que en algunas escenas incluyen alusiones a ella o incluso transcurren durante estas celebraciones, parece que Macario (1960), El libro de la vida (2014) y, por supuesto, la más recientemente estrenada Coco (2017) son los largometrajes que se han enfocado en llevar, como tal, la temática a la pantalla grande.
El libro de la vida (2014)
En la música, aunque por supuesto hay canciones con referencias a la tradición mexicana, tampoco parece haberse explotado demasiado la temática, de hecho una de las canciones que más se identifican con el Día de muertos no fue compuesta con tal fin. La canción La Llorona, un son originario del istmo de Tehuantepec (Oaxaca) de la época de la Revolución, ha sido entonada por más de 50 intérpretes con múltiples variaciones en la letra y se ha asociado con el Día de muertos. Esto debido, tal vez, a sus temas más recurrentes: el amor y la muerte, y a sus referencias a la celebración, como las flores del camposanto (las de cempasúchil). Podría tratarse de una historia de un amor que se topó con la Muerte, pero que reafirma el vínculo amoroso y desafía a la muerte misma por medio del recuerdo: “Aunque la vida me cueste, Llorona, no dejaré de quererte… Me quitarán de quererte, Llorona, pero de olvidarte nunca”.

Comprender el Día de muertos en su totalidad es algo que quizá solamente algunos mexicanos logran. Por ello y por su inmensa simbología y variedad, el tema bien podría ser aún retomado en múltiples expresiones artísticas propias del mexicano, pues no hay duda de que esta festividad es algo que se siente.

Recordar frente a la muerte
Como hemos visto, el Día de muertos está cargado de un misticismo que solamente el mexicano parece comprender a plenitud, y no porque pueda dar una explicación de lo que sucede ese día, sino porque lo vive en carne propia. Pregunten a quien ha saboreado un pan de muerto que estuvo en una ofrenda cómo éste pierde su sabor, como si alguien lo hubiera absorbido; a quien observa cómo las flores de cempasúchil -las flores de muertos- florecen solamente en esta época del año y tienen un olor intenso y muy particular; a quien se estremece escuchando un “aunque la vida me cueste… no dejaré de quererte” y recuerda inevitablemente a quien ya se adelantó;  a quien duerme en el cementerio para estar una noche más a lado de su difunto.

Escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad que “Una sociedad que niega la muerte, niega también la vida", y eso parece ser lo que enaltece la tradición mexicana del Día de muertos. El mexicano cree que sus muertos regresan a compartir, a disfrutar del banquete que se les prepara, a celebrar la vida. Lo cree porque en su mente abunda el recuerdo que es lo que permite que, a pesar de la muerte, sus difuntos vivan. El pueblo mexicano afirma la muerte y con la celebración de los difuntos lleva esta afirmación a su máximo esplendor; enaltece la diversidad, el colorido, la alegría, la fiesta, sus tradiciones y costumbres, la familia, el sentimiento y el vínculo que lo une a ella. La memoria mantiene viva la esencia de los que ya no están presentes. La tradición del Dia de muertos no sólo nos caracteriza a nivel mundial, sino que honra la muerte y exalta el hecho de que, como Posada lo retrató con su Catrina, un día todos seremos calacas pero, al mismo tiempo, defiende la vida, lo que permanece mientras alguien pueda recordarnos. La celebración mexicana de los muertos exalta el vínculo -el amor- que en vida creamos y que por medio del recuerdo permanece a pesar de la muerte. Una invitación para que nos adentremos en nuestras tradiciones, las recuperemos y jamás dejemos de recordar...

Datos curiosos
*La canción infantil más conocida del Día de muertos es Chumbala Cachumbala que explica a los niños algunas de las cosas que ocurren la noche del Día de muertos.

*Los Claxons tienen una canción titulada Día de muertos que aborda la temática de la vida y la muerte, y el poder del amor para siempre tener presente a los que ya no están.

*Las flores del camposanto es otra canción popular mexicana del Día de muertos que hace una analogía entre las flores de cempasúchil con los muertos a quienes adornan.
Foto de Milenio
*El cortometraje Hasta los huesos (2001) tiene el récord de ser el más caro de la animación mexicana (aproximadamente 3 millones de pesos).

*007: Spectre (2015), la 24ª película de James Bond, se desarrolla en la Ciudad de México durante un Día de muertos. Aunque no aborda como tal la temática, en la escena inicial se aprecia un desfile lleno de catrines y carros alegóricos que pretenden mostrar lo que ocurre en esta fecha. 


De hecho, a partir del 2016 se ha llevado a cabo el monumental Desfile de Día de muertos inspirado en el que muestra la película de Bond. Este año rindió homenaje a las víctimas y héroes del 19S.
Foto de Sara Álvarez, @saralvarez10 
Aprovechamos este espacio para sugerirles que, si no lo han hecho, vayan a su cine más cercano a ver Coco. De verdad, la película tiene un argumento sensacional y su forma de narrarlo es un reflejo respetuoso y digno del espíritu del Día de muertos y de múltiples tradiciones de México. No hay duda de que los seis años que sus creadores pasaron investigando sobre la tradición de los muertos valieron la pena. ¡No se la pierdan!

martes, 24 de octubre de 2017

Una mirada al origen prehispánico del Día de muertos

Actualmente el Día de muertos es una celebración mexicana que tiene fascinado a todo el mundo, la importancia que tiene este día es porque en él recordamos a nuestros difuntos. Recordar en el sentido etimológico (re, “de nuevo” y cordare que proviene de “cordis”, “corazón”)  “traído de nuevo al corazón”, mediante lo que lo hizo vivir, lo que lo hizo gozar el mundo. Sin embargo, poco a poco muchos están confundiendo estas fechas con el Halloween de otros países. Es por ello que intentamos buscar las raíces de la celebración mexicana tradicional para entender realmente la esencia de este ritual. Esta vez nos remontaremos al México prehispánico, al nacimiento indígena de esta tradición que además estuvo muy cerca de extinguirse.

Origen
La celebración del Día de muertos se originó en el México prehispánico como un culto a los muertos. Para los mexicas consistía en una serie de funerales destinados a encaminar el alma del difunto hacia el lugar que le correspondía según la causa de su muerte. Dicho funeral era una fiesta a los muertos que simbolizaba ritualmente la separación del difunto de la comunidad de los vivos.

Durante los cuatro meses y los cuatro años que seguían a un fallecimiento, se realizaban distintas ceremonias en diversas fechas y modalidades para ayudar al difunto a llegar al inframundo que le correspondía según cómo había muerto. Como ya mencionamos, para los mexicas el destino final de los hombres no estaba determinado por la conducta moral adoptada en vida, sino por la manera en que se abandonaba este mundo. Es por ello que los mexicas concebían cuatro diferentes inframundos que albergaban a sus muertos:


 1) Tlalocan (el lugar de Tláloc), imperado por el dios de la lluvia y de los terremotos, era el lugar al que llegaban las personas que morían ahogadas, por un rayo o por hidropesía, aunque también acogía a los que morían de lepra. Tlalocan era descrito por los mexicas como un lugar lleno de felicidad en donde había toda clase de árboles frutales, maíz, frijol y chía. Como se decía que este lugar era un paraíso, se consideraban dichosos los que morían por dichas razones, tanto así que se decía que los dioses Tlaloques escogían a quién se querían llevar al paraíso para acompañarlos.  
2) El Cincalco (el lugar del templo del maíz divinizado) regido por  Cintéotl, dios del maíz y Chicomecóatl, era a donde llegaban los niños que morían en su tierna niñez, debido a que eran aquellos que voluntariamente entregaron su vida para dar nueva fuerza al maíz pues cuando moría un infante se le enterraba frente al granero junto a las trojes donde se guardaba principalmente el grano y otros mantenimientos. En este lugar los niños eran alimentados en Chichihuacalco (el lugar del árbol de los pechos) por un árbol que los dotaba de néctar vegetal. 


3) Tonatiuh ichan (la casa del sol) era a donde llegaban los que habían muerto al filo de la obsidiana, es decir, los guerreros que murieran en batalla y las mujeres muertas en el parto -ya que de igual manera eran consideradas guerreras-. En este inframundo los guerreros llevaban el sol desde el este hacia el cenit para después seguir disfrutando del paraíso. Si las almas cumplían cuatro años en la casa del sol, podían pasear también por su tierra convertidos en colibrí o en alguna otra ave de hermoso plumaje.



4)Mictlán (el lugar de los muertos) era imperado por Mictlantecuhtli y su señora Mictecacíhuatl, ambos caracterizados como esqueletos. Los difuntos que llegaban aquí eran aquellos que perecían por una muerte natural o de enfermedades que no tenían un carácter sagrado, es por ello que se consideraba la morada de la mayoría de muertos. No sólo bastaba morir de manera natural para poder entrar al reino de Mictlantecuhtli, para poder acceder a este lugar se tenían que superar previamente nueve obstáculos o pruebas. Esta odisea duraba cuatro años durante los cuales podían volver a casa a comer algo para recuperar las fuerzas. Los nueve obstáculos del Mictlán eran los siguientes:
  1. Itzcuintlán (lugar donde habita el perro): El difunto tendría que cruzar el río ancho Apanohuáyan (lugar donde se cruza el río) y para atravesarlo necesitaría de la fuerza de su perro Xoloitzcuintle, que en vida se criaba sólo para esta prueba, por lo tanto, cuando el dueño moría, se sacrificaba al perro. Al perro se le ponía un hilo flojo de algodón en su pescuezo para cuando él y su amo llegasen a Apanohuáyan donde si el perro lo reconocía como su verdadero amo, lo cruzaba a cuestas nadando y lo despojaba de sus vestimentas mortales, pero si en vida el muerto no había tratado bien a algún perro, su cadáver permanecía ahí por toda la eternidad como castigo sin liberar el tonalli (su alma).

Por esta razón Pixar pondrá un xoloescuincle en la película del día de muertos, Coco

  1. Tépetl Monamicyan (lugar de los cerros que se juntan): Aquí existían dos cerros que se abrían y se cerraban chocando entre ellos de manera continua, los cadáveres de los muertos debían cruzar entre ellos sin ser triturados.


  1. Itztépetl (el cerro de obsidiana, navaja, cuchillo, etc.): Los cadáveres de los muertos tenían que escalar un cerro cubierto de filosos pedernales que los  desgarraban. 



  1. Itzehecáyan (lugar del viento de obsidiana): Los muertos tenían que atravesar un lugar desolado lleno de hielo y piedra abrupta compuesta por una sierra con aristas cortantes que a su vez estaba integrada por ocho colinas en las que siempre caía nieve: Cehuecáyan (el lugar que tiene un hábitat con nieve).


  1. Pancuecuetlacáyan (lugar donde la gente vuela y se voltea como banderas): Ubicado al pie de la última colina del Itzehecáyan, era donde empezaba una zona desértica de ocho páramos y donde existían vientos congelantes que cortaban los cadáveres de los muertos con múltiples puntas de pedernal mientras lo atravesaban.


  1. Temiminalóyan (lugar donde la gente es flechada): Los difuntos cruzaban por un extenso sendero en cuyos lados había manos invisibles que enviaban puntiagudas saetas con la intención de acribillar los cadáveres de los muertos. El muerto debía evitar los flechazos para no desangrarse.




  1. Teyollocualóyan (lugar donde se come el corazón de la gente): Aquí habitaban fieras salvajes que abrían los pechos de los muertos para comerles el corazón, sin él el difunto caería en un río de profundas aguas negras.



  1. Itzmictlán Apochcalocán (lugar de la muerte por obsidiana y del templo que humea con agua): Estaba lleno de niebla grisácea que enceguecía a los muertos.


  1. Chicunahuápan (lugar de los nueve ríos):  Los muertos tenían que cruzar un valle lleno de nueve hondos ríos. 

    Tras una larga trayectoria, los muertos llegaban al Mictlán, donde finalmente se libraban de su alma y lograban así el tan anhelado descanso al recibir una grata compensación, el poder dormir su sueño mortal.

    Fiestas de difuntos
    A diferencia de la celebración del día de muertos actual, las festividades prehispánicas referentes a sus difuntos eran celebradas en diferentes fechas, ya que, como se dijo, las celebraciones dependían del inframundo al que el difunto se dirigiera.

    Los que iban a Mictlán se festejaban en el mes tilitl, en que se redimía el envejecimiento anual mediante el sacrificio de la diosa anciana Ilamatecuhtli, la cual era una figura hecha de palos de ocote y papeles. Allí ponían mucha comida y le prendían fuego a la diosa para alimentar a sus difuntos. Es decir que la memoria de los que murieron en la vejez o por causas naturales coincidía con la culminación anual del envejecimiento del tiempo y sus fiestas. Mientras que los que iban a Tlalocan se recordaban en la fiesta de los montes Tepeilhuitl.

    A los que iban a la casa del sol, los guerreros, se les celebraba cada día, ya que ellos llevaban el sol desde el oriente hasta el cenit mientras que las mujeres lo bajaban del cenit al poniente. Algunos otros dicen que los muertos en guerra se festejaban en dos meses del calendario indígena cerca del octavo mes (que se le llamaba Micailhuitzintli que quiere decir fiesta pequeña de los muertos) porque se le hacía fiesta al dios de la guerra como sufragio a los que habían muerto en batallas. Hay incertidumbre en cuanto a la fecha del festejo de los pequeños que se iban a Cincalco, ya que Micailhuitzintli puede traducirse como fiesta pequeña de los muertos o, como otros historiadores la llaman, “fiesta de los muertos pequeños”.

    Se dice que en el caso de ser “la fiesta pequeña” es parte de un binomio y constituye una preparación para la Hueymiccailhuitl, la “gran fiesta de los difuntos”, que era el mes siguiente. En el otro caso, si significa “la fiesta de los muertos pequeños”,  un mes se conmemoraba a los niños y el siguiente a los hombres. Actualmente se cree más en la segunda interpretación, que dice que las celebraciones se hacían cada una en un mes: en Micailhuitzintli y  Hueymiccailhuitl, respectivamente agosto y septiembre. Es decir, en agosto se conmemoraba a los niños y en septiembre a los hombres.
    Son muchos los rituales, fechas y maneras que nuestros antepasados prehispánicos utilizaban para ofrendar a sus difuntos y para ayudarlos a llegar al inframundo que les correspondía según su muerte. Estas diferentes fechas se deben a que siempre las ceremonias de muertos iban adjuntas a la celebración de la deidad relacionada al inframundo en cuestión, pero muestran la diversidad y la importancia que tenía la tradición del Día de muertos desde su origen indígena más remoto.

    La conquista

    Como nos ha contado la historia tantos años, el 13 de agosto de 1521 el estado mexica o azteca fue conquistado por los españoles encabezados por Hernán Cortés. Hay que recordar que la conquista española no sólo fue territorial, sino también espiritual, ya que los españoles buscaron hispanizar y evangelizar a los indígenas durante el siglo XVI. Dicha evangelización fue una de las justificaciones de la conquista, por lo que después de la llegada de los españoles el culto de los muertos indígena fue prohibido por los frailes, ya que era considerado una actividad pagana. 

    La celebración tradicional estuvo a punto de extinguirse, pero por suerte había fiestas cristianas que conmemoraban a los difuntos, en específico el Día de Todos los Santos.  En este día la Iglesia católica celebra una fiesta solemne por todos aquellos difuntos que, habiendo superado el purgatorio, se han santificado totalmente, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna en la presencia de Dios. Este día también se celebra en honor a todos los que no están canonizados pero viven ya en la presencia de Dios: los muertos. Los indígenas nahuas aprovecharon la oportunidad y fundieron poco a poco ambas tradiciones para no tener que ocultarse para llevar a cabo su culto y para tampoco perder por completo sus ritos antiguos. Con el tiempo se celebró la fiesta de los muertos pequeños el día primero de noviembre y la de los grandes el 2 de noviembre. 

    El inframundo de los mexicas, el Mictlán, es ante todo la tierra donde se inhumaban los cadáveres o las cenizas de los cuerpos incinerados y de donde para ellos brotaba la vegetación y el alimento  que  nutre  a  los  hombres.  El ser que pasa de la vida a muerte, paradójicamente no ha dejado de “vivir” ya que la putrefacción de su cadáver está “sembrada” en el cuerpo fértil de la madre-tierra y es parte del ciclo vital. Es por ello que había sumo respeto por parte de los prehispánicos hacia sus muertos. Tradicionalmente se les preparaban ofrendas a los queridos difuntos y se les conmemoraba con la finalidad de nutrirlos para que pudieran llegar a su destino, así como ellos ayudaban a que hubiera abundancia de alimentos para ellos.

    No hay duda de que la tradición indígena forjó lo que hoy en día es para nosotros mexicanos, y ante el mundo entero, el Día de muertos. La visión indígena sobre la muerte y las múltiples celebraciones que realizaban en honor a sus muertos resaltan valores mexicanos que perduran hasta nuestros tiempos e, indudablemente, es algo que debemos conocer y rememorar con orgullo, ya que nos otorgaron un día para volver a recordar y sentir a aquellos que nos ayudaron a descubrir y gozar el mundo.