martes, 26 de septiembre de 2017

El mexicano del 19 de septiembre

México es el 14º país más grande del mundo y el 11º con más población. Tan solo en la Ciudad de México hay actualmente más de 22 millones de habitantes lo que la convierte en una de las ciudades más pobladas del mundo. Nuestro país es conocido internacionalmente por su gastronomía, su riqueza cultural y natural y también -hay que aceptarlo- por muchos de sus aspectos negativos: corrupción, delincuencia, crimen organizado. Los mismos mexicanos vivimos con una constante desconfianza ante el semejante, producto de desilusiones que han provocado nuestros gobernantes y los altos índices de delincuencia, y es normal en la cotidianidad ver a los ciudadanos tomar diversas precauciones para evitar ser víctimas del crimen cuando salen a la calle.  

Hay una famosa fábula de origen desconocido que trata sobre un hombre que se asombra al ver que un vendedor de cangrejos en una playa tiene destapado un recipiente mientras que los demás están tapados. El hombre le pregunta al vendedor la razón de que esa cubeta no estuviera tapada, a lo que éste responde: Es que en esa cubeta hay cangrejos mexicanos. Todas las demás están tapadas porque los demás cangrejos se ayudan entre sí para salir de la cubeta, en cambio, cuando alguno de los cangrejos mexicanos está a punto de llegar al borde para poder salir, todos los demás lo jalan para que vuelva a caer al fondo. La fábula puede, sin duda, reflejar metafóricamente la lógica que suele seguir el pensamiento de los mexicanos: ¿por qué alguien, y no yo, va a progresar?, ¿qué méritos tiene para merecerlo?, ¿qué ha hecho que yo no? Como esos cangrejos, intentamos salir de ciertas circunstancias pero lo queremos lograr individualmente. Y así no se puede.

Lo cierto es que ni el crimen, ni sus dirigentes, ni los cangrejos bastan para describir lo que es realmente ser mexicano. Entonces, ¿qué es ser mexicano?  Dar una respuesta a una pregunta tan abierta resultaría imposible, pero la invitación es a reflexionar un poco sobre cómo responder es tan complicado y es arriesgado intentar catalogar al mexicano sin mirar cada arista de su historia y cómo actúa en determinadas circunstancias. No pretendemos, claramente, hacer un compendio de datos de los daños causados por ambos fenómenos, sino pensar lo que el mexicano es, y ha ejemplificado a la perfección en dos ocasiones -separadas por 32 años- el día 19 de septiembre.

1985
Decir "19 de septiembre” era, hasta la semana pasada, un recuerdo triste para los adultos mexicanos mayores de 37 años, un rumor lejano para los más jóvenes y un mito para adolescentes y niños. Sobra decir que la tragedia de ese año marcó a los mexicanos y que dicho evento es considerado un parteaguas en la historia nacional en diversos ámbitos.  
En aquella mañana de jueves de 1985 la Ciudad de México se estremeció con un terremoto que alcanzó los 8.1 grados de la escala Richter, se ha hecho la equivalencia de la energía generada por el sismo con la energía liberada por 30 bombas atómicas. Aunque el sismo también afectó el sur y el occidente del país, el centro y en particular la Ciudad de México recibieron los daños mayores. La mañana siguiente se presentó una réplica que intensificó la catástrofe. Los estragos reportados por Protección Civil incluyen 3,192 fallecimientos, 250,000 personas sin techo y 900,000 forzadas a abandonar sus hogares por daños. Sin embargo, como casi siempre sucede en las tragedias, los números oficiales engañan, se dice -y el que haya salido a las calles en los días subsecuentes podría constatar- que la cifra de fallecimientos ascendió hasta los 20,000. De hecho, por la época, mucha gente -afortunada- no se dio cuenta de lo que realmente había pasado sino hasta que salió de su casa. El Televicentro y la Telefonía sufrieron severos daños que imposibilitaron las redes de comunicación, tanto así que la incomunicación generó especulaciones internacionales de que la ciudad había desaparecido por completo. Para los que no vivimos aquel sismo, sólo los testimonios y las fotografías eran la evidencia que nos hacía imaginar el tamaño de la tragedia. Pero nada de lo que imaginamos se acercaba a aquella realidad.
Justamente José Emilio Pacheco (nuestro autor de la semana pasada), entre otros escritores, realizó una secuencia de poemas dedicados a la catástrofe de 1985 que se adentra a la realidad y a cómo el pueblo mexicano vivió en carne propia la tragedia:


“Con qué facilidad en los poemas de antes hablábamos
del polvo, la ceniza, el desastre y la muerte
Ahora que está aquí ya no hay palabras
capaces de expresar qué significan
el polvo, la ceniza, el desastre y la muerte” 
(José Emilio Pacheco, fragmento de Las Ruinas de México)
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(Fotografía de ©Frida Hartz)
Las labores de rescate empezaron al momento. La gente removía escombros para salvar sobrevivientes, preparaba sándwiches para las brigadas rescatistas, prestaba los teléfonos de sus casas para que los sobrevivientes se comunicaran. Pronto se formó un grupo de voluntarios dedicados a la búsqueda y rescate de sobrevivientes, los famosísimos “Topos”. Es natural también que las generaciones mayores critiquen a las más jóvenes y las tachen de perdidas, inmorales e irrescatables. Pero los jóvenes se lanzaron a ayudar en las labores de rescate y abundaron entre los voluntarios. Sorprendieron a su época porque nadie espera mucho de la juventud, la gente olvidó que también, por más jóvenes que fueran, eran también mexicanos. La juventud no sabía lo que era una crisis de tremenda magnitud, en la que tantos hermanos sufrieran así, y aún así actuó.

2017
Lamentablemente, decir “19 de septiembre” el día de hoy ya causa un verdadero sentimiento en todos nosotros. Es verdad que 12 días atrás Chiapas y Oaxaca sufrieron un sismo diez veces mayor, pero no fue hasta el 19 de septiembre que un sismo de 7.1 grados, con epicentro en Puebla, causó víctimas y daños en municipios de toda la zona del centro del país, haciendo un daño severo a más partes del país. Una vez más, la Ciudad de México fue de lo más afectado. Las cifras siguen moviéndose debido a que hasta el día de hoy continúan labores las brigadas rescatistas. Y aunque la tecnología y las redes sociales comenzaron a bombardear con información, tal como sucedió en 1985, uno no veía realmente la situación sino hasta que salía. Porque no sólo se trató de desastres y derrumbes, sino de una situación un tanto más compleja.

La vieja Tenochtitlan y sus secos ríos quisieron volver a la cima, desearon enterrar las nuevas tierras, las construidas por la modernidad. Algunas de las nuevas creaciones se desplomaron haciendo un estruendoso sonido al caer. Entre gritos, lamentos, rezos, crujidos y testarazos de cemento, el polvo gris imperó los aires. Los altares de cemento que creíamos invencibles y firmes se hicieron añicos al igual que nuestras esperanzas de vida, esas que siempre consideramos inquebrantable. Se alzó desde el centro de la tierra una bomba natural que trajo consigo la bandera de la muerte. El temor  aún se propaga al mismo tiempo que avanza el polvo gris de los estruendosos inmuebles. En las calles impera el miedo, la incertidumbre, y la angustia. Así como los edificios, nuestro futuro se torna movedizo e impredecible. Se hace tangible el terror y la paranoia colectiva que solo se veía en las películas. Crece un pavor entre los ilesos de saber que hay gente dentro de los escombros y ruinas de los edificios, la gente se estremece al imaginarse en esa situación. Estos burlaron la muerte, pero eso no los hace sentirse victoriosos ante ella, si no que se sienten sus cómplices. El mismo suelo que los sostiene ahora ya no es símbolo de seguridad, ahora está cuarteado como los corazones de los ilesos, al ver una ciudad en escombros.
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(Fotografía de Hector Rios, @hrv_foto)
Al minuto del sismo del 19 de septiembre del 2017 comenzó la lluvia de noticias: nuevos derrumbes, incremento de víctimas, una escuela allá, edificios por acullá. Esta vez el sello del ingenio mexicano no nos llevó a hacer chistes, no había tiempo para ellos, sino que la lluvia informativa empezó a adquirir forma con el tiempo: aplicaciones y mapas que comenzaron a informar en tiempo real, peticiones y notificaciones con hora y fuente para hacerlos veraces y actuales. Tal vez el mexicano no sabe qué, ni cómo, pero sabe que algo hay que hacer, el ahí se va se transformó poco a poco y, de algún modo, las calles que los primeros dos días estaban infestadas de personas que no sabían qué hacer, se llenaron de motociclistas, ciclistas y automovilistas mensajeros cargados de artículos que, de hecho, se habían requerido en cierto lugar. Se encontró el cómo y todo empezó a ser más efectivo.

En su mayoría, la gente salió a la calle a entregarse totalmente y a colaborar en lo que se requiriera. Resultaba impactante ver a elementos tan variados en una misma cadena de personas pasando víveres o escombros: jóvenes, mujeres, adultos mayores, trabajadores, estudiantes, miembros de la Policía Federal o de la Marina; gente cocinando en sus casas para los que ayudaban; transportes públicos ofreciendo servicios gratuitos; ingenieros y arquitectos revisando grietas que, por más pequeñas que fueran, preocupaban sobremanera; dueños de ferreterías bajando los precios de sus productos o incluso donando material; gente de pocos recursos apoyando con lo que podían. Por un momento se olvidaron las etiquetas que a veces nos fragmentan.

Era realmente conmovedor, uno no sabía si sus lágrimas eran por la tristeza de tan grande tragedia o por el orgullo que causaba saberse parte de ese conglomerado de manos que buscaba ayudar de todos los modos imaginables. Lo más impactante era preguntarse de dónde salía tanta gente dispuesta a colaborar. Esta solidaridad tan grande que mostró el pueblo mexicano no sólo nos sorprende como compatriotas, sino que la impresión llega también a los extranjeros. Demostramos que unidos por una causa real somos más fuertes. Olvidamos ese rencor que sentimos hacia los que avanzan cuando nosotros no lo hacemos y, al contrario, sólo se trató de rescatar nuestra Ciudad, nuestra nación, de rescatarnos en los otros.
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(Fotografía de Pedro Mera, @pedromerafoto)
Tal como pasó en 1985, la juventud tomó las calles. Los millennials habíamos sido un blanco un tanto despreciado -y es que en realidad tenemos muchos defectos y, sobre todo, se nota en la mayoría individualismo e incapacidad para el compromiso-, pero la crítica realizada en los días que siguieron al terremoto denuncia que, a pesar de las diferencias, los mexicanos jóvenes también podemos hacerlo y somos capaces de comprometernos de corazón con los que nos rodean y actuar al unísono.  “Los jóvenes han tomado la Ciudad y espero que ya no la suelten dijo Fernando Belaunzarán. Y es que tal vez de eso se trata. Los millennials individualistas e inconformes, apoyamos en brigadas, albergues y centros de acopio y sorprendimos a todos, y a nosotros mismos, cuando rompimos nuestro caparazón y salimos para formar parte de la ayuda colectiva. 
No habíamos presenciado algo tan gris que nos embriagara de tanto dolor colectivo y así actuamos con todos nuestros colores. Toda la semana invadimos las calles sin rumbo y nos unimos a brigadas o a cadenas humanas; iniciamos o apoyamos las labores de los centros de acopio y albergues; nos conectamos a las redes para transmitir información precisa y actualizada respecto a las necesidades reales de los diferentes puntos de la ciudad y así acabar con las falsedades que de pronto brotaban. Salimos sin rumbo, pero el afán de hacer algo nos llevó a encontrar la manera. La fuerza de la juventud es grande y, aunado a sus defectos y debilidades, el jóven mexicano es un niño héroe dispuesto a lanzarse al precipicio abrazando su bandera. Si ya vimos que mantenemos cierta esencia del espíritu mexicano que se hace valer y se entrega por su patria y sus compatriotas y puede dejar de lado su egoísmo de cangrejo, ¿por qué habríamos de olvidarla en el día a día? ¿por qué no mantenemos esa visión a futuro?
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(Fotografía de Hector Rios, @hrv_foto)
El ambiente estaba tenso, se veía la oscuridad de la tragedia por doquier pero tampoco faltaba nunca la luz que traían consigo manos dispuestas a ayudar. Puños en alto que pedían silencio para rescatar sobrevivientes y gente pidiendo a gritos ayuda con víveres y materiales para la misma labor. Un hecho así no puede pasar desapercibido y el dolor que causa es algo que marca de por vida. Juan Villoro lo retrata de la manera más tangible y real, justo como Pacheco lo hizo en el 85, en un poema que tituló El puño en alto. Con sus palabras, tras haber visto lo que de nueva cuenta fue el mexicano el 19 de septiembre nos preguntamos “¿Queda cupo para los héroes en septiembre?”

Sin duda una de las escenas más emotivas, hasta el momento, fue la entonación del himno nacional por rescatistas, brigadistas, soldados y marines después de salvar a la última persona en el edificio derrumbado de Ámsterdam y Laredo en la colonia Condesa. Se enchina la piel al ver a todos estos héroes cantando con tanto orgullo y los ojos se llenan de lágrimas al ver que, de hecho, nuestra patria tiene un soldado en cada hijo.  
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(Fotografía de Pedro Mera, @pedromerafoto)
La otra cara
No cabe duda de que en tiempos de crisis salen a relucir las características más esenciales de los mexicanos. Tanto lo bueno como lo malo. Como se pudo ver tanto en el 85 como en el 2017 no faltaron, ni han faltado, personas que se lanzan al ruedo y buscan ayudar de todos los modos imaginables y más, pero tampoco faltan los aprovechados que, por ejemplo, se metieron a saquear los edificios que estaban siendo evacuados, que asaltaron a gente que regresaba caminando a sus hogares debido a que muchos transportes no funcionaban, que robaban a los que estaban ayudando a limpiar escombros o, peor aún, los gobernantes que se apropiaron de las despensas otorgadas por el pueblo para entregarlas como si fueran otorgadas por el gobierno. La situación llega a ser muy indignante.

Por otro lado, hay otras situaciones relacionadas que también exigen castigar a los responsables. A partir de 1985, las leyes para la construcción en la Ciudad de México cambiaron muchísimo y se buscó asegurar viejas y nuevas construcciones para impedir que una tragedia como la de aquel 19 de septiembre volviera a suceder. Se aumentó el equipo obligatorio para salvaguardar la seguridad de los encargados de las construcciones -ya no bastaba el casco, sino que hasta la fecha se requieren también botas, chaleco y lentes de seguridad- y la vigilancia durante las obras -había que darle seguimiento a las obras y no únicamente encargarlas y revisarlas cuando se acabaran-; se regularon los materiales, las necesidades particulares de cada obra y los trámites. Pero nada de eso logró impedir que el mexicano sacara el cobre de nuevo. Pronto, el dinero comenzó a hacer el trabajo y algunos comenzaron a jugar chueco -sí, la corrupción en su apogeo- y a ahorrarse lo que consideraban “gastos innecesarios” para llevarse una tajada: metían menos varillas de las que los cálculos y el plano estructural requerían (¿quién lo iba a notar con el recubrimiento?), se ahorraban las visitas de los ingenieros responsables de las obras (¿para qué darle seguimiento a la obra?), no hacían todos los trámites que su obra requería (¿para qué informar sobre las modificaciones que hagamos?), etc. Además, más allá de la corrupción que lamentablemente retrata a un gran sector mexicano, el mexicano promedio no suele tener visión para el futuro. Con tal de ahorrarse unos centavos, tiempo y esfuerzo, no prevé y actúa conforme cada momento le va indicando, al ahí se va. Y es ahora cuando podemos ver qué grave es que pensemos así.

En el 2017 estamos invadidos por la tecnología y no cabe duda de que las redes sociales son los mejores aliados y los peores enemigos. Desde el martes -el día del sismo- el bombardeo incesante en las redes evidenció la desorganización que caracteriza al mexicano. Las noticias y necesidades llegaban revueltas y a deshoras, había falsas alarmas. Tampoco faltaron oportunidades para hacerse notar, que si una actriz ayudó acá y lo subió a su red social, que si un futbolista actuó anónimamente, que si tal político no se apareció nunca, que… ¿a qué le tiras cuando ayudas mexicano?
Eric Gómez @eric_garuda
Sin embargo, en ambos 19 de septiembre se notó algo más importante, algo que tal vez nos es mucho más propio. Es cierto que el mexicano puede ser corrupto, aprovechado, individualista y egoísta; pero hay que recordar (¡y vaya que no hay que olvidarlo!) que el mexicano es también el que no cede, el que saca a relucir su verdadero ser en tiempos de crisis, el que lucha incansablemente codo a codo con otros mexicanos, el que jamás suelta la mano de sus hermanos. Y, por sobre todo lo demás y con las palabras de Villoro, el mexicano es el que el 19 de septiembre no sabe qué hacer pero algo hace. Ojalá el mexicano sea el que aprende de lo que ha demostrado que es en dos ocasiones el 19 de septiembre y descubra qué hacer y algo haga.

Fotografía de Milenio
"Para los que ayudaron, gratitud eterna, homenaje
Cómo olvidar —joven desconocida, muchacho anónimo,
anciano jubilado, madre de todos, héroes sin nombre—
que ustedes fueron desde el primer minuto de espanto
a detener la muerte con la sangre
de sus manos y de sus lágrimas;
con la conciencia
de que el otro soy yo, yo soy el otro,
y tu dolor, mi prójimo lejano,
es mi más hondo sufrimiento

Para todos ustedes, acción de gracias perenne
Porque si el mundo no se vino abajo
en su integridad sobre México
fue porque lo asumieron
en sus espaldas ustedes

Ustedes todos, ustedes todas, héroes plurales,
honor del género humano, único orgullo
de lo que sigue en pie sólo por ustedes
Reciba en cambio el odio, también eterno, el ladrón,
el saqueador, el indiferente, el despótico,
el que se preocupó de su oro y no de su gente,
el que cobró por rescatar los cuerpos,
el que reunió fortunas de quince mil millones de escombros
donde resonarán por siempre los gritos
de quince mil millones de muertos."
(José Emilio Pacheco, fragmento de Las Ruinas de México)


(Por Pepe Leon y Ana Paula de L.G.)

martes, 19 de septiembre de 2017

José Emilio Pacheco y su "Máquina del tiempo"

Sales de trabajar a las 7:00 pm en punto, estás a escasos 5 minutos de salir cuando tu jefe se acerca para decirte que al otro día temprano saldrá a una junta y necesita que le hagas con urgencia una lista de los adeudos que va a pagar a primera hora del siguiente día, ya que es el último y no piensa pagar intereses. No es posible que declines la petición pues te urge un incremento de sueldo. Terminas 30 minutos después, al salir te das cuenta de que está granizando, por lo que tienes que correr por la avenida Baja California para llegar al metro Chilpancingo. Después de 3 trenes, entre empujones y codazos, te abres paso para subir al vagón. Adentro un par de señores empiezan a discutir, la pelea se apacigua cuando entre la multitud alguien grita: “¡si no te parece vete en taxi!”.
El tren va muy demorado, tarda cerca de 15 a 30 minutos en transportarse de una estación a otra, te empiezas a sofocar por el calor que produce tanta gente amontonada y la ausencia del sistema de ventilación. Seguido de secarte el sudor de la frente, metes la mano en tu bolsillo con la intención de sacar tu celular para ver la hora, buscas y buscas y te das cuenta de que ya no lo tienes, intentas recordar si no lo dejaste en la oficina, después de minutos de cavilar caes en cuenta que te lo han robado. Sientes ganas de reclamarle a alguien. Intuyes que el ladrón debe seguir en el vagón, pero te resulta ridículo pensar que revisarás a cada pasajero. Así que te resignas, el metro se queda parado cerca de 30 minutos en la estación Ciudad Deportiva, decides que puede ser más rápido caminar sobre el Viaducto Río de la Piedad, así que te aventuras. Sales, ves que la avenida está congestionada de automóviles debido a una leve inundación y un choque vehicular justo en el semáforo que está a la altura de la Calle 47, no se ve ningún policía de tránsito ayudando. Llegas a casa a las once de la noche empapado, te secas y te cambias, acto seguido prendes el televisor para escuchar algo mientras cenas, solo hay noticias en las que informan las inundaciones provocadas por la lluvia y el tráfico que producen. En otras noticias informan un posible incremento al precio de la gasolina, una guerra contra el narcotráfico en Michoacán, una mujer secuestrada por un uber en Aguascalientes, víveres que estaban destinados a Estados destruidos por un temblor de días atrás han sido robados. Decides apagar la televisión. La ira que te provoca toda esta sofocante lluvia de noticias amarillistas, los truenos y cláxones que vienen desde la calle hacen que desde tu corazón te surja el pensamiento: “no amo mi patria”. Odias su delincuencia, sus pésimos dirigentes, la imperante ignorancia, la injusticia. Lamentas que la belleza natural, cultural e histórica que tanto amas del país sea eclipsada por todo lo antes mencionado, crees que sería hipócrita decir que amas tu país cuando realmente odias vivir en él.
(Pedro Méndez. Basado en Alta traición de José Emilio Pacheco)

El cuento anterior busca hacer un humilde homenaje al estilo que Pacheco utiliza en algunos de sus cuentos. Y aunque, evidentemente, no está a la altura de la pluma del escritor mexicano, se tomó el riesgo de intentar copiar su estilo para, a la manera de Pacheco, impregnar al lector de la realidad que los mexicanos vivimos: un sentimiento de hostilidad ante la situación actual del país.


Alta traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
       es inasible.
Pero (aunque suene mal)
       daría la vida
por diez lugares suyos,
       cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
       fortalezas,
una ciudad deshecha,
      gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
       montañas
—y tres o cuatro ríos.


Este poema fue escrito en 1966 y, a pesar de ello, Pacheco ya consideraba la ciudad “gris” por la contaminación; “monstruosa” por la violencia, la injusticia, el hacinamiento y el desorden; “deshecha” por la compra-venta de tantos inmuebles con el único fin de obtener ganancia económica. Sin embargo, el mismo autor resalta los puertos: Veracruz, Coatzacoalcos y Campeche; los bosques de pinos, los que en su infancia rodeaban la Ciudad de México y ya han desaparecido para cuando escribe el poema; las fortalezas: Chapultepec, San Juan de Ulúa y los baluartes de Campeche[1]. Mas, ¿qué buscaba el autor con estos contrastes? ¿Quién es él y por qué escribe así? Intentemos buscar una respuesta.


¿Quién es José Emilio Pacheco?



Muchos consideran a Pacheco un polígrafo, es decir, un hombre dotado de una mentalidad interesada por diversos objetos culturales que después son concretados en la escritura. Eso se comprueba en las diferentes ramas en las que llegó a incursionar. Se le considera cronista, traductor, poeta, narrador, escritor, editor, bibliófilo, periodista y ensayista. Nació el 30 de junio de 1939 en la colonia Roma de la Ciudad de México (calle de Zacatecas #76), aunque también llegó a vivir en el puerto de Veracruz, por lo que ambas locaciones serán muy recurrentes en su obra.

Estudió Derecho y Filosofía en la UNAM, donde realizó sus primeros trabajos literarios para revistas estudiantiles, mas él comenta que empezó a escribir desde mucho antes al querer continuar con la historia, en su versión infantil, de la novela Quo Vadis? que le habían regalado sus abuelos. El legado que construyó José Emilio Pacheco hasta el día de su muerte, el 26 de enero del 2014, cuenta con, al menos, 16 obras poéticas, 2 novelas, 3 libros de cuentos, 3 artículos y 6 traducciones, entre otras. Entre los premios que obtuvo a lo largo de su carrera cuenta con un premio Miguel de Cervantes, Premio Ariel por mejor guion  cinematográfico en 1973, premio Octavio Paz, Premio Pablo Neruda, entre otros. No sin razón es considerado una figura clave de la literatura mexicana del siglo XX.

Su obra
En la mayoría de sus textos se cuenta con poesía, novelas y cuentos. En todos, el autor nos muestra que tiene conocimientos amplios sobre la historia universal, pues hace alusión a personajes como Lincoln, Alejandro Magno, Hittler y los nazis, etc. También en su obra lírica tocó diversos temas que van desde sus elogios a diversos animales, a la elaboración de un homenaje a Nezahualcóyotl. Sin embargo, sus temas más recurrentes son el tiempo, la destrucción y la memoria.

A veces por estar anonadados en nuestras grandes preocupaciones, proyectos, frustraciones, etc., olvidamos apreciar cosas muy sencillas. Olvidamos que la vida está hecha de pequeños instantes, de mínimos detalles, de aquello que la mayor parte del tiempo es imperceptible a nuestros sentidos, pero estos nimios detalles son, en ocasiones, fundamentales en nuestras vidas o marcan de alguna manera etapas de nuestra existencia, tanto así que cuando se vuelve para apreciarlas ya solo se logran visualizar con cierta carga de nostalgia. Eso que “olvidamos” apreciar es el sello característico de Pacheco.

Se puede considerar a José Emilio Pacheco como el mago que convierte la cotidianidad en poesía, un mago capaz de ver lo maravilloso en lo que lo rodeaba. A través de sus escritos, nos ofrece una experiencia singular de transportarnos en el tiempo, sacando a flote los restos de un pasado que poco a poco se va olvidando.

En sus publicaciones más entrañables -Las batallas en el desierto y El principio del placer-, el autor nos retrata los dos hogares que tuvo: la Ciudad de México y el puerto de Veracruz de los años cuarentas y cincuentas, y en ambas obras nos demuestra la fascinación que tenía por ellos. Pacheco nos retrata un México dirigido por el presidente Miguel Alemán, un país que comenzaba a ser moderno y donde empezaría a cesar lo tradicional poco a poco para comenzar a adoptar tradiciones y costumbres extranjeras. Sus obras nos transportan a un México en la época en la que el autor vivió su infancia: a un puerto de Veracruz con su tradicional café La parroquia; a una Ciudad de México que aún tenía ríos, bosques y donde las montañas se podían apreciar por la ausencia del esmog; a un tiempo en el que la televisión aún no aparecía, la música se escuchaba en sinfonolas y los géneros que imperaba eran los boleros y la música infantil de Cri-Crí. El autor utiliza la magia de su pluma para llevarnos de la mano a una época en la que los niños llevaban tortas de nata, borrachitos y cocadas para comer en el recreo y baleros, trompos, canicas modelo agüita, cayucos, ojo de gato, o “bombochas” para jugar; cuando coleccionaban las tiras cómicas de Bazooka Joe, Mandrake el mago o La familia Burrón


Su obra en la actualidad
En el mismo viaje a través del tiempo, increíblemente, Pacheco logra retratar también en sus obras las quejas que tanto suenan hoy en día y que ya desde esos tiempos sonaban. Quejas respecto a la excesiva población, la delincuencia, la contaminación, las inundaciones, entre otras. Y junto a su descripción de una ciudad que se fue, Pacheco nos describe una moral que no del todo se ha ido: una ideología que consideraba que una mujer que estuviera fuera de casa y trabajando no era decente, pues tenía que complacer en todo a su esposo; donde los niños bastardos eran relegados; el racismo era considerado normal en las escuelas y la sexualidad era sumamente censurada.  En sus textos también nos retrata cómo también en ese momento existía mucha gente muy pobre y poca gente muy rica.

Llega a ser sorprendente que al adentrarte en las lecturas de un escrito que está ambientado en un México de hace más de cincuenta años, algunas cosas permanezcan tan similares, como las quejas respecto a inundaciones, delincuencia, sobrepoblación, pobreza, abuso de los gobernantes, etc. Y es justo eso lo que se buscó retratar en el cuento que abre este escrito: remarcar que hay temas que en la ciudad parecieran permanecer desde hace mucho tiempo y que rompen el tejido social, y que el sentimiento de impotencia ante el caos de la ciudad que mostró Pacheco en sus obras es igualmente compartido con el presente. Por otro lado, también se puede vislumbrar una superación en la actualidad respecto al trato a la mujer, que cada vez es más libre e independiente, así como de la actual regularización en escuelas respecto al tema del racismo y del bullying.

Como se ha mencionado, la vasta obra de José Emilio Pacheco nos ofrece magníficos poemas, cuentos tanto terroríficos como enigmáticos y novelas fascinantes. Es un autor que brilla por su sencillez, pues no utiliza un lenguaje rebuscado y no por ello carece de precisión. Aspecto que lo vuelve sumamente recomendable para cualquier lector. Pacheco es un gran exponente mexicano que vale la pena recuperar, pues con su sencilla pluma nos demuestra cosas tan esenciales como sentimientos que todos compartimos y nos hace recordar que la vida es más que un compendio de instantes, que lo importante está en lo más sencillo y que, incluso con la desesperación y el enojo ante la caótica situación de la nación, muchos no podemos hacer otra cosa mas que amarla. Si uno está interesado en leerlo, más vale que se disponga a viajar a través de sus escritos, a recordar, imaginar y experimentar todo de una ciudad que se fue...


Datos curiosos

-La banda Café Tacuba, bajo la composición del bajista Enrique Rangel en 1987, inmortalizó en la canción Las Batallas la emblemática novela Las batallas en el desierto. Irónicamente José Emilio y el popular cuarteto jamás pudieron conocerse a pesar de que en una ocasión coincidieron en Querétaro.

-La misma emblemática novela fue llevada a la pantalla grande bajo la dirección de Alberto Isaac con el nombre de Mariana, Mariana, en el año de 1987 con un elenco que incluía a Pedro Armendáriz Jr., Elizabeth Aguilar, Saby Kamalich, etc.

-Emilio fue conyugue de Cristina Romo Hernández mejor conocida, al adoptar el apellido del escritor, como Cristina Pacheco la famosa periodista, escritora y conductora.




Los 5 cuentos y novelas imperdibles de José Emilio Pacheco

5. Morirás Lejos, 1967
Una fantástica novela que parte de un hombre que diariamente lee el Aviso oportuno de un periódico y se desenvuelve en múltiples posibles historias paralelas relacionadas con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Debido a su estilo único es catalogada como “literatura de incisión”, pues las posibles historias se van insertando por partes.


4. Viento distante, 1963
Una recopilación de cuentos un tanto más oscuros a los de otros libros, pero que siguen tocando la temática eje de Pacheco. Sin duda, muy recomendable.


3. La sangre de Medusa y otros cuentos marginales, 1990 (relatos de 1956-1984)
Recopilación de cuentos que fueron publicados en sus primeros años como escritor en revistas poco conocidas y algunos otros que no se habían recopilado.

2. El principio del placer, 1972
Cuentos que hacen ver lo fantástico como cotidiano y donde lo cotidiano se hace espectral. Esta serie de relatos hablan sobre las edades humanas desde la infancia hasta la vejez, y los cambios de enfoques y perspectivas de la vida que hay en ellas.


1. Las batallas en el desierto, 1981
La obra más famosa y entrañable del autor, trata de un amor imposible ubicado en la vieja ciudad de México.